EL CARTERO ESTELAR

 Era el año 2030. Los astronautas que vivían en la estación lunar Ptolomeo esperaban con ilusión la llegada de la sonda lunar a la que llamaban «el cartero».


La nave solía llegar una vez al mes para abastecer a los habitantes de la estación y regresaba a la Tierra llevando los desechos de la base. Llevaba alimentos, semillas, diferentes tipos de experimentos científicos, material para la impresora 3D, paquetes para los habitantes de la estación y, en general, cualquier cosa que alguien hubiera encargado a la Tierra.


Ese día, Nicolás estaba nervioso. Durante la videoconferencia del día anterior, Samuel, su hijo, le había contado que recibiría un paquete sorpresa y, cuando se lo dieron, a Nicolás se le aceleró el corazón.


No pesaba mucho. Para alargar el momento, no lo abrió de inmediato. Lo estaba sosteniendo entre sus manos, imaginando su contenido, cuando un mensaje recibido por el altavoz de su habitación lo obligó a dejarlo sobre la cama y dirigirse al centro comunitario, donde habían convocado a todos los habitantes de la base.


—Hemos recibido noticias de que se encontraron organismos vivos en la cara oculta de la Luna. Están en una de las muestras que enviamos el mes pasado a la Tierra —dijo muy contento el jefe del grupo. —¡Eso es fantástico! —exclamó Sara—. Podemos recoger más muestras en ese lugar, así confirmaremos la información. —Yo creo que, antes de volver ahí, será mejor explorar otros cuadrantes —intervino Olivia.


Discutieron durante un rato qué nuevas zonas explorarían y, al terminar la reunión, Nicolás regresó rápidamente a su habitación. Quería saber qué sorpresa le había preparado su hijo.


Al abrir el paquete, se encontró con un pequeño cofre de madera y una carta de Samuel. Emocionado, abrió el sobre y leyó.


«Papá, ya sabes que al abuelo le hubiera gustado mucho ser astronauta, pero su problema del corazón se lo impidió. Toda su vida estuvo al tanto de los descubrimientos espaciales y disfrutaba más que nadie con las noticias sobre la conquista de Marte y la creación de una base en la Luna. También sabes cómo se puso de contento cuanto se enteró de que tú, papá, su hijo, iba a ser uno de los primeros astronautas que viviría en la Luna. Se emocionó tanto que fue la única vez que lo vi llorar.


Mamá y yo hemos pensado que al abuelo le habría gustado mucho ir a la Luna, aunque fuera en sus cenizas. Por eso te las mando en esta caja. Puedes esparcirlas en el espacio o enterrarlas en el suelo de la Luna, como tú prefieras. Aunque a lo mejor no te dejan porque podrías contaminar la superficie lunar. No sé. Lo dejo a tu criterio. Te queremos, papá, cuídate mucho. Abrazos de mamá y míos».


A Nicolás se le saltaron las lágrimas. Había pasado ya un año de la muerte de su padre. No había podido despedirse de él porque murió repentinamente de un infarto, pero aún se sentía culpable por no haber estado a su lado. Siempre pensaba que, si hubiera estado con él, tal vez habría sobrevivido.


Esa tarde les contó a sus compañeros la idea de Samuel. Todos estuvieron de acuerdo en que debería lanzar al espacio las cenizas de su padre. Seguro él estaría muy feliz flotando en la inmensidad del Universo.


Al día siguiente, Nicolás se puso su traje espacial y se lanzó al espacio atado al cable que impedía que la falta de gravedad lo separara de la base. La Luna le quedó en la espalda. Cuando ya se había alejado lo suficiente, se volvió para verla, grande y misteriosa, y, abriendo el cofre que le había mandado su hijo, lanzó las cenizas de su padre al espacio infinito. En cuanto empezaron a flotar, del corazón de Nicolás desapareció el sentimiento de culpa y lo envolvió una sensación de gratitud.


—Papá —le dijo muy emocionado—, este es tu primer viaje espacial. ¿Verdad que la Luna es preciosa? Seguro que nunca la habías visto tan de cerca. A partir de hoy, cada vez que mire hacia las estrellas, sentiré que estás ahí, cumpliendo tu sueño de venir al espacio.

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