EL PODER DE CONTAR HISTORIAS
¡HOLA MIS BARBIESTRELLAS!
El dia de hoy tengo para ustedes el poder de contar historias
EL PODER DE CONTAR HISTORIAS
Era el año 1794 cuando un niño de nueve años fue sometido a una intervención quirúrgica para que le extirparan un tumor. En esa época, todavía no se habían descubierto los antibióticos ni se contaba con anestesias químicas para controlar el dolor. Lo único que podían ofrecer a un niño para distraer su atención era contarle un cuento. A este pequeño le contaron una historia tan fascinante que, cuando terminó la operación, juró no haber sentido ningún tipo de molestia. ¿Es posible que un relato pueda ser tan poderoso?
Dieciocho años más tarde, el niño le entregó al editor un cuento escrito por él mismo. El muchacho se llamaba Jacob Grimm y su historia se titulaba: Blancanieves. Grimm llegó a ser el autor de los cuentos de hadas más famoso del mundo. Todavía hoy, sus relatos siguen pasando de una generación a otra por tradición oral, impresos en libros o en películas.
El vínculo que se establece entre el transmisor de un cuento y su oyente se remonta a los orígenes de la humanidad. En algún momento de la historia alguien empezó a contar historias y, desde entonces, la narrativa ha formado parte de la humanidad. Las historias se han transmitido de muchas formas, desde la palabra hasta la música y el movimiento.
En todas las culturas, los narradores son personas importantes, encargadas de estrechar vínculos, entretener y enseñar. En general, los contadores de historias poseen la habilidad de transformar hechos comunes en relatos fantásticos y en cuentos que dejan una enseñanza.
En el Tíbet, por ejemplo, la situación de aislamiento hizo que la narración de historias se convirtiera en un medio para transmitir enseñanzas morales. Tradicionalmente, las abuelas asumían el rol de explicar, sentadas frente a una hoguera, historias populares al resto de la familia. De esta manera transmitían los conocimientos de la historia del país y los valores de su sociedad a las generaciones más jóvenes.
Además de los narradores familiares, a lo largo de los años ha habido personas que se han dedicado profesionalmente a contar historias. A cambio de sus relatos, se les regalaba comida y se les daba cobijo. Estos personajes, conocidos como lama-manis, contaban leyendas épicas de batallas y héroes, así como relatos en los que se evocaban sentimientos. Norbu Chopel, que ha conservado algunas de esas historias tradicionales tibetanas, explica cómo los nativos se sentaban durante cuatro horas seguidas a escuchar al lama-mani, enjugándose alguna vez las lágrimas sin ninguna vergüenza.
Entre los aborígenes australianos sigue existiendo la figura del contador de cuentos. La función de este personaje es muy importante para la comunidad, pues transmite las enseñanzas y valores a todos los miembros del grupo.
El ritmo de vida ajetreado de nuestra sociedad ha deteriorado la antigua costumbre de contar historias. Por suerte, ya existen grupos de personas que están intentando recuperar esta valiosa tradición que no es solo una manera de expresarse y entretener, sino también un medio para transmitir valores.
Este encuentro emocional es insustituible, pues la palabra se convierte, además de transmisora de contenidos, en transmisora de afectos que recuperan el poder que le corresponde como reina de la imaginación.
Comentarios
Publicar un comentario